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Un toque italiano
–segundA parte–
iTALIA DE SOUVENIR

 

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Por Javier Carlo


Foto de:Rhina Mena

 

Los souvenirs –también llamados ‘recuerditos’– suelen ser parte importante de los viajes, dado que representan una síntesis de las experiencias sucedidas en un lugar, a la vez que entrañan momentos de la vida y reflexiones que sobrevienen sólo cuando una persona se ha desplazado de su ambiente cotidiano, a modo de símbolos; tal como ocurre en un viaje de graduación, de novios o bien, en un período de crisis. Un souvenir, con frecuencia, también representa la estima que una persona le tiene a otra, y su adquisición podría implicar situaciones que –sin duda alguna– serán parte memorable de cualquier viaje.

No hay máscara que no sea bien recibida que se asocie casi de inmediato con el país de la bota, en particular con Venezia; sin embargo, poca gente sabe que buena parte de ellas se confecciona en otra ciudad, célebre –también– por su turismo, pero aún más por su ambiente cultural: Firenze (Florencia).

Llegar a Firenze por tren resulta la opción más lógica y conveniente, toda vez que el viajero se adapte a la dinámica un tanto caótica de la central de Termini en Roma y logre abordar el vagón de la categoría que ha pagado, pues la información de andenes es –en términos generales– deficiente; de cualquier forma, el estado y el confort de las plazas es bastante bueno, y la vista de la Toscana, de grandes girasoles emblemáticos y colinas coronadas por castillos, es igual de impresionante. En este sentido, la diferencia de precio estriba en la velocidad con que uno puede llegar al punto de destino, así que un buen tip sería invertir en el placer del trayecto y ahorrar. Al llegar a Firenze, es conveniente saber que la bajada al centro de la ciudad es en la estación de Santa María Novella y no en Campo di Marte, ni en Rifredi, las cuales se encuentran en otros sectores, que aunque concurridos, carecen de servicios importantes como rampas y zonas de espera, ya que se trata sólo de puntos de tránsito.

Una primera vez en Firenze implica optar por el recorrido a través de la ciudad o bien, la visita a sus muesos. En mi opinión, Firenze es una ciudad para disfrutarse con todos los sentidos, verla, escucharla, desgustarla, así que mi recomendación apunta –en efecto– a caminar por sus calles y admirar sus monumentos más importantes, como la Catedral de Santa Maria del Fiore, el Palazzo Vecchio y la Piazza della Signoria; sin dejar de subir al Duomo (de la catedral), o visitar el David de Michelangelo, en la Galleria dell'Accademia. Y resulta curioso, pero una vez que se ha recorrido, es común albergar la impresión de que Firenze derrocha obra y renombre de Michelangelo, más no así de Leonardo da Vinci, cuya presencia queda un tanto opacada, o al menos, no es turísticamente tan promovida.

A la hora de las compras, bien vale la pena esperar la visita al Mercato Di San Lorenzo, próximo la Piazza del Duomo y a una costado del Mercato Centrale. Este mercado, al estilo de los tianguis o mercados sobre ruedas, flanqueado por tiendas y almacenes, ofrece una gran variedad de productos de la región, entre ellos los dulces, las máscaras y la ropa de piel; sorprendente por su estilo, calidad y precio, que es difícil de igualar (no obstante, también hay imitaciones chinas de las cuales te previenen los mismos vendedores). Si hay quien guste del corte italiano, este es un buen sitio para comprar una chamarra o un abrigo, prendas de diseñador que –incluso– suelen ajustar en los establecimientos, a precios menores que en las tiendas de prestigio. Los listones al cuello, cabe señalar, son una tendencia que está supliendo a las corbatas, por ahora.

Buena parte de las máscaras que aquí se producen y venden, por cierto, son las mismas que se ofrecen en los establecimientos de Venezia, así que si uno logra pasar primero por Firenze, no hay que dudar en adquirirlas. Además de que el ambiente multicultural que se forma entre residentes, turistas y comerciantes del mercado, entre los que hay –por supuesto– mexicanos, es digno de una estampa.

A menos que las líneas de autobuses se manifiesten en huelga, tal como ha ocurrido recientemente en Italia, transportarse en taxi no es una buena opción, ya que es caro y el nivel de atención no siempre corresponde al grado de comodidad de los autos. Rentar un coche, en cambio, resulta una opción muy conveniente, sobre todo al momento en que uno decide hacer trayectos entre ciudades, por ejemplo, un recorrido al interior de la Toscana, visitando Cortona, Siena y Lucca; mucho más aún si una de las paradas importantes es Pisa, una ciudad de aire estudiantil que –en lo personal– me ha recordado mi estancia en Salamanca (España).

Pisa es famosa por su centro monumental: la catedral románica, el baptisterio, el duomo, el camposanto y el campanile, este último mejor conocido como la Torre Inclinada (o pendente, en italiano), en el que se presume que Galileo Galilei hizo experimentos sobre la masa y la gravedad, sin que haya pruebas de ello, y el cual es motivo para jugar con la profundidad de campo e intentar tomas fotográficas fuera de lo común, derribándola; siendo estas tomas –precisamente– uno de los souvenirs más entrañables que un viajero se pueda llevar, ya sea en la memoria de la cámara o en la suya propia. Recostarse en el pasto al pie de la torre es tan imperdible como el hecho de subir, incluso dormitar bajo su sombra. Y no habría que dejar pasar la oportunidad de dirigir algunas postales en la escalinata de la catedral.

Pisa, no obstante, también es famosa por su gastronomía –el puerto de Livorno se encuentra apenas a 23 kilómetros–, como por su universidad (de las de mayor renombre); así que una de las mejores experiencias que podría tener un visitante es comer en alguno de los restaurantes cercanos a los recintos (la pasta aquí adquiere un sabor único), o visitar una de las facultades, sino es que ambas. Baste recordar que Umberto Eco, uno de los semiólogos más importantes de la actualidad, imparte su cátedra justo en la Università di Pisa. ¡Si se lo topara, quién perdería la oportunidad de estrechar su mano o comer con él!

Cometería una falta, si no señalara que las autovías en Italia son muy buenas –al menos hacia el norte, región donde tuve el gusto de conducir–, dado que se encuentran bien trazadas, cuentan con un buen mantenimiento y señalización, así como con una variedad efectiva de formas de pago; los conductores transitan de manera fluida, tanto que uno de los souvenirs más peculiares que he traído de este viaje es –en efecto– una multa de tránsito cargada de manera automática a mi tarjeta de crédito, misma que la compañía de renta de autos me hizo llegar a México, semanas después del regreso.

Al tiempo que conducía y hacía una lista mental de souvenirs, para aligerar el sopor de la tarde, apareció una zona extensa de industrias y corporativos, cual preámbulo a la ciudad que se yergue como la capital de Lombardia; uno de los centros comerciales y financieros más importantes de Europa, considerado –también– uno de los principales motores de la economía de este continente [1]: Milano. Su aspecto, que en definitiva, conjuga la sobriedad del abolengo con la modernidad de toda una metrópoli.

La distribución de la ciudad se percibe bien organizada; el sistema de transporte –en mi opinión– es efectivo y suficiente: 3 grandes líneas de metro, servicios de tranvía y autobús a precio accesible y con servicio continuo, incluso a altas horas de la noche; rutas de ciclo vía y medios de acceso para personas con capacidades diferentes.

Así, Milano ofrece una estampa empresarial sumamente dinámica, no obstante, en equilibrio con la vida cultural, artística, de entretenimiento y deportiva que también le caracteriza; para ejemplo baste el contraste de su Centro Histórico, en el que conviven la Catedral, mejor conocida como Duomo di Milano, con su mezcla de estilos gótico y neogótico; y la galeria Vittorio Emanuele II, la cual se distingue por sus grandes bóvedas de vidrio en forma de cruz latina, mismas que albergan algunos de los cafés y comercios más conocidos de la ciudad. Y a unos pasos, el Teatro alla Scala, o bien Escala de Milán. La ciudad –a su vez– aloja L’ultima cena (o Il cenacolo) de Leonardo da Vinci, que se encuentra en la iglesia de Santa Maria delle Grazie, y es sede del estadio de fútbol soccer San Siro, casa del club Internazionale Milano.

Tiempo hace falta para conocer esta ciudad, sin embargo, cualquier visita habría que contemplar un recorrido de compras, por breve que este sea; recordemos que Milano es famoso –además– por ser una de las capitales mundiales de la moda. Así, el hecho de caminar por calles como Corso Buenos Aires y Corso Vittorio Emanuele II podría resultar extenuante, no tanto por la distancia como por la cantidad de tiendas, pero la inversión en estilo y precio que uno puede hacer a su guardarropa –les aseguro– vale la pena. Y pese a que suene frívolo, la moda siempre es un buen souvenir una vez que el viajero se halla en Milano. ¡Y más si es tiempo de rebajas!

 

 [1] Fuente: Institut National de la Statistique et des Études Économiques (INSEE).

 


Javier Carlo
Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. En la actualidad, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del Sistema ITESM. Profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor del postgrado en Gestión e Innovación Educativa de la Universidad Motolinía del Pedregal.

Contacto:
jcarlomena@gmail.com
http://www.facebook.com/javocarlo http://www.cafeycatedra.blogspot.com

 


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